Tradición Oral:
Es una forma de transmitir la cultura, la experiencia y las costumbres de una sociedad a través de cuentos, relatos, cantos, oraciones, leyendas, fábulas, conjuros y mitos; que van de padres a hijos y de estos a sus generaciones. En la tradición guatemalteca sobresalen leyendas de espíritus en pena, el sombraron, el cadejo, los espíritus de los muertos, la llorona. Cuentos de animales maravillosos, encantamientos, chistes, anécdotas. Tradiciones orales en verso, coplas cantadas solas o acompañadas por la guitarra. El Cadejo: Cuenta la leyenda que era la historia de un mítico animal, existen varias versiones de que el cadejo tenia varios aspectos; unos contaban que era muy parecido a un perro de color negro y ojos rojos, proyectando una mirada de fuego, este cuidaba a los borrachos que deambulaban en la calle, ayudando a estos a encontrar el camino a su hogar. Otros decían que el cadejo era de color blanco igualmente con los ojos rojos, y cuidaba a las mujeres que estaban en estado de embriaguez, mientras que el cadejo gris cuidaba a los niños que estuvieran desamparados y enfermos. Cabe mencionar que el aspecto mas relevante del cadejo es que dicen que si una persona dejaba que el cadejo le lamiera la boca, este iba a seguirlo por el resto de su vida. La Llorona La Llorona es una de las leyendas con más fuerza en nuestro país. Hoy día su presencia sigue causando tanto pavor como hace siglos. La gente del pueblo no duda en afirmar su existencia e incluso los más instruidos temen objetar algo ante quien afirma haberla visto, pues está tan imbuida en el pensar del guatemalteco que forma parte misma de su existencia y se le otorga el carácter de realidad.. La leyenda: "…Una mujer, envuelta en un flotante vestido blanco y con el rostro cubierto con velo levísimo que revoleaba en torno suyo al fino soplo del viento, cruzaba con lentitud parsimoniosa por varias calles y plazas de la ciudad, unas noches por unas, y otras, por distintas; alzaba los brazos con desesperada angustia, los retorcía en el aire y lanzaba aquel trémulo grito que metía pavuras en todos los pechos. Ese tristísimo ¡ay! mis hijos... se levantaba ondulante y clamoroso en el silencio de la noche, y luego que se desvanecía con su cohorte de ecos lejanos, se volvían a alzar los gemidos en la quietud nocturna, y eran tales que desalentaban cualquier osadía. Así, por una calle y luego por otra, rodeaba las plazas y plazuelas, explayando el raudal de sus gemidos; y, al final, iba a rematar con el grito más doliente, más cargado de aflicción, en la Plaza Mayor, toda en quietud y en sombras. Allí se arrodillaba esa mujer misteriosa, vuelta hacia el oriente; inclinándose como besando el suelo y lloraba con grandes ansias, poniendo su ignorado dolor en un alarido largo y penetrante; después se iba ya en silencio, despaciosamente, hasta que llegaba al lago, y en sus orillas se perdía; se deshacía en el aire como una vaga niebla, o se sumergía en las aguas, No sólo por la ciudad de Santiago de los Caballeros andaba esta mujer extraña, sino que se la veía en varias ciudades de la Guatemala de antaño. Atravesaba, blanca y doliente, por los campos solitarios; ante su presencia se espantaba el ganado, corría a la desbandada como si lo persiguiesen; a lo largo de los caminos llenos de luna, pasaba su grito el cual se escuchaba su quejumbre lastimera entre el vasto rumor del mar de los árboles de los bosques; se la miraba cruzar, llena de desesperación, por la aridez de los cerros, la habían visto echada al pie de las cruces que se alzaban en las montañas y senderos; caminaba por veredas desviadas, y sentábase en una peña a sollozar; salía misteriosa de las grutas, de las cuevas en que vivían las feroces animalias del monte; caminaba lenta por las orillas de los ríos, sumando sus gemidos con el rumor sin fin de las aguas… La Segua Hay varias leyendas de la Segua. Una de ellas cuenta que es una joven muy linda, que persigue a los hombres mujeriegos para castigarlos. Se aparece de pronto en el camino pidiendo que el jinete la lleve en su caballo, pues va para el pueblo más cercano. Y dicen que ningún hombre se resiste a su ruego. Hay quienes le ofrecen la delantera de la montura y otros la llevan a la polca. Para ella es lo mismo. Pero a medio camino, si va adelante vuelve la cabeza y si va atrás hace que el jinete la vuelva. Entonces aquella hermosa mujer ya no es ella. Su cara es como la calavera de un caballo, sus ojos echan fuego y enseña unos dientes muy grandes, al mismo tiempo que se sujeta como un fierro al jinete. Y el caballo, como si se diera cuenta de lo que lleva encima, arranca a correr como loco, sin que nada lo pueda detener. Otras leyendas cuentan que las Seguas son varias. Y no faltan ancianos que aseguren que cuando ellos eran jóvenes atraparon a una Segua. Pero que una vez atrapada y echa prisionera se les murió de vergüenza. Y que al día siguiente no encontraron el cadáver, sino solamente un montón de hojas de guarumo, mechas de cabuya y cáscaras de plátano. Manuelita "La Tatuana" Había en la Antigua Guatemala una señora viuda que vivía por el barrio del Calvario, en medio de la mayor pobreza. Sus vecinos casi no le hablaban, pues creían que era una bruja. Un día le pidió a la señora de la tienda que le diera el pan a crédito, pero ésta como siempre se negó a hacerlo. Entonces la mujer le dijo: “Yo sé que su marido se fue de su lado, pero yo puedo arreglarle que vuelva con usted. Tenga este cuerito, a las ocho de la noche llámelo por su nombre, golpee con él tres veces la almohada y guárdelo debajo de ella”. Agradecida la tendera, le dio un canasto lleno de verduras. En la noche hizo lo que la señora le había aconsejado y en el acto se presentó su marido. Mientras la señora tuvo el objeto su marido permaneció fiel. Pasados cuatro días la extraña mujer se asomó a la tienda y le pidió el cuerito. La tendera protestó: “Vea usted, que mi marido se me volverá a ir”. La viuda le contestó que lo usaría para otro trabajo. La tendera se lo dio y ese mismo día su marido se fue de la casa. Enojada la vecina la acusó de bruja, se fue con las autoridades y el cura de la iglesia. Entre todos decidieron llevarla a la cárcel. Pero ella, burlándose de quienes la tenían prisionera, organizó un plan de escape. Con un trozo de carbón dibujó un barquito en la pared de la bartolina, se subió a él, pronunció algunas palabras mágicas y huyó. En su lugar quedó un intenso olor a azufre. En adelante nadie volvió a saber nada de la extraña mujer, a quienes todos recuerdan como "La Tatuana". El Sombreron y las Mulas del Zapote Cuentan que cuando la Finca El Zapote de la ciudad de Guatemala iniciaba en la elaboración de cerveza, los barriles eran transportados en carretas jaladas por mulas, al terminar el día las mulas descansaban en establos dentro de la finca, Sebastián Castillo era el nombre del encargado de cuidarlas, él dormía cerca del establo y estaba pendiente de lo que ocurría con las bestias. Una noche cuando terminaban de trabajar y ya estando las mulas en el establo, Sebastián decidió descansar, a las pocas horas de haber conciliado el sueño un alboroto dentro del establo lo despertó, tomó su lámpara de aceite y su escopeta y caminó hasta el establo, al entrar encontró a las mulas embravecidas y muy agitadas con espuma saliendo de sus hocicos, Sebastián sorprendido y al mismo tiempo asustado comenzó a buscar entre las bestias el motivo de tal alboroto, pero no encontró nada y decidió ir a descansar nuevamente, pero el relajo continuó toda la madrugada. Al siguiente día, Sebastián se levantó con esa espinita dentro de él, queriendo saber que era lo que había pasado la noche anterior con las bestias, pero decidió no prestarle mucha importancia y se dirigió al establo a sacar a las mulas para un nuevo día de labores, al abrir las puertas del establo encontró a las mulas con las crines trenzadas, pequeñas y muy bien elaboradas. Desde ese día las mulas empezaron a rendir menos en su trabajo, caminaban muy despacio y algunas se pusieron muy enfermas, por esta razón los muleros empezaron a azotarlas para así obligarlas a trabajar y a que caminaran más rápido, lo que no sabían era que las mulas estaban cansadas porque alguien las estaba desvelando todas las noches. Sebastián quiso ponerle fin a esas molestias en la madrugada y en el trabajo, así que le contó lo que estaba pasando a Enrique y a César dos de los muleros y les propuso que se quedaran a velar con él esa noche para probar si podían ver qué era lo que estaba pasando. Los dos muleros aceptaron y se entretuvieron jugando naipe afuera del establo, cuando de repente justo a la media noche los perros empezaron a ladrar, las gallinas a cacarear, se escuchó el sonido del viento silbando y moviendo las hojas de los árboles acompañado de un frío escalofriante y el escándalo inició de nuevo dentro del establo, los tres decidieron entrar con precaución y un tanto de miedo por no saber lo que iban a encontrar allí dentro, al abrir las puertas del establo se dieron un gran susto al ver a un pequeño hombrecito subido en el lomo de una de las mulas, era bigotudo, moreno y vestía de negro con un gran sombrero, este hombrecito al verlos le jaló las riendas a una de las mulas e hizo que se parara en dos patas, los muleros y Sebastián intentaron atrapar al pequeño hombrecito pero este al ver cuáles eran sus intenciones se hizo invisible y escapó. Después de esto los muleros y Sebastián estuvieron haciendo planes sobre cómo engañar a su dolor de cabeza, pasaron toda la tarde pensando hasta que al fin dieron con una posible solución, fueron a encerrar a las mulas a otro establo y en su lugar pusieron caballos hechos de madera que les había alquilado un artesano del centro de la ciudad. Estaban jugando naipe en el mismo lugar cuando empezaron a escuchar ruido dentro del establo, entraron a ver y encontraron nuevamente al hombrecito subido esta vez sobre uno de los caballos de madera que habían puesto, intentando trenzarle las crines y al ver que lo habían descubierto nuevamente jaló de las riendas del caballo, cayendo al suelo con todo y la figura del caballo, Sebastián y los otros empezaron a carcajearse al verlo en el suelo, el hombrecito al ver que estaba rodeado de figuras de madera, se echó a correr y jamás volvió a acercarse a esa finca. |
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